sábado, 8 de septiembre de 2007

Del queso a la leche

Se llama areola, no aureola, a la zona oscura que rodea el pezón. Yo no lo sabía.
Entre el primero y el sexto mes de vida, los bebés pueden hacer del baño sólo una vez a la semana, ya que la leche materna se llega a asimilar hasta el cien por ciento. Yo no lo sabía.
Hay una técnica conocida como "de la hamburguesa" que sirve para colocar el pecho de la madre dentro de la boca del niño y que evita que se quiebren los pezones maternos. Yo no lo sabía.
Como seguramente se darán cuenta, el jueves pasado tuvimos nuestra clase de lactancia, a cargo de una mujer que pertenece a la Liga de la Leche. (Hay quienes creen que con el paso del tiempo, esta liga cambiará su nombre a la Liga de la Nata y después a la Liga del Queso).
No fui el único sorprendido por las cosas que ahí se dijeron. La mayoría de los asistentes estábamos llenos de mitos sobre darle el pecho a un hijo, que poco a poco se fueron reventando. Que si la madre necesita tomar cerveza para producir más leche; que si se asusta se le "corta" la producción láctea; que si la madre tiene los pechos pequeños el chamaco se queda con hambre...
Varias veces durante la lactosa plática, y supongo que con el fin de fortalecer sus argumentos sobre la naturalidad de esta práctica, la educadora nos pedía que pensáramos cómo le hacían en la época de las cavernas en donde no había leche de fórmula para sustituir a la de la madre o cerveza que sirviera para aumentar la producción del alimento.
Durante la clase, que paradógicamente estuvo repleta de comentarios mamilas, me sentí un poco avergonzado. ¿Necesita un pajarito saber de escalas musicales para producir su canto? ¿Un águila que no tomó clases de aerodinámica tiene el riesgo de abrir mal sus alas y poner en riesgo su vuelo? ¿Le tienen que enseñar a un canguro en dónde está la bolsa en donde debe guardar a sus crías? Creo que existe una sabiduría natural que concemos como instinto, y que heredamos como especie a la siguiente generación a través de los genes. El bochorno no era porque existiera una clase para amamantar a un hijo, sino porque me di cuenta que todos los que estábamos ahí la necesitábamos.
¿En qué momento dejamos de hacerle caso a nuestro instinto y empezamos a creerle más al anuncio de televisión? ¿Será que estos anuncios sustituyen al consejo que solían darnos las abuelas? ¿No nos damos cuenta que muchas de esas recomendaciones, incluidas algunas que recibimos de los médicos, son patrocinadas por laboratorios, hospitales y poderosas empresas trasnacionales?
Creo que esto explica una parte de la involución que como especie hemos sufrido en los últimos siglos. Hemos confiado más en la información que recibimos de la publicidad y de gente con buena voluntad pero mal informada, que en la que traemos en nuestros genes y que no tienen ningún otro interés que la permanencia de la raza humana en el planeta azul.
Ahora hay que leer libros especializados, consultar a expertos en el tema y sumergirse en las profundidades de la medicina más moderna para llegar a la conclusión de que todo lo que necesitamos saber sobre la maternidad y paternidad ya lo sabemos desde hace muchas generaciones, sólo que ahora tenemos que preguntárselo a nuestro propio cuerpo. ¿Confiaremos en la respuesta que nos dé?

viernes, 7 de septiembre de 2007

Indiscreción...

Les voy a decir algo sobre lo cual no estoy autorizado por LOM, pero de lo cual me acordé ayer cuando estaba viendo esta foto (de hecho, fue lo mismo que pensé cuando tomé esta foto).
Cuenta la leyenda que en la familia Ricaud, un feliz matrimonio del siglo pasado, tuvo cuatro hijos: tres varones y una hermosa doncella. Y que uno de los varones siempre le reclamó a los padres lo que nunca entendió: cómo era posible que su hermana, una linda damisela que cegaba con su belleza, pero que en el fondo era igual de ser humano que cualquier tunante, nunca usara la goma de borrar en sus tareas escolares. Esto, decían en sus tiempos, era una prueba inequívoca de que ella nunca se equivocaba. (Véanla en acción en esta foto).
No quise creer esta leyenda hasta que vi esta otra imagen:



Siendo así, deseo más que nunca que esta historia sea verdad. Y que LOM no se equivoque nunca (y que si se equivoca, por lo menos lo disfrute, je je je...).

jueves, 6 de septiembre de 2007

Los enanos se divierten

Ayer comprobamos, una vez más, que en el embarazo no sólo hay temores, preocupaciones y nuevas responsabilidades... también hay diversión. Miren esto:



Y además de diversión, también hay sorpresas. Una de las más grandes, literalmente, es el tamaño que ha adquirido la panza de LOM en los últimos días. Juzguen ustedes mismos.


Lo que seguimos sin entender, es por qué no coinciden las costuras superiores del pupo con las inferiores. ¿Acaso le cosieron mal la panza a LOM?



Qué importa las costuras... Yo quiero igual de mucho al contenido... y al empaque, por supuesto Aquí, la primera foto de EOP solo con la Juli.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Prófugos del Kleen-Bebé

Después de mucho, mucho tiempo de no verla, ayer estuve con mi amiga María Elena. Fui a desayunar a su casa bajo la promesa de que ella prepararía huevos a la no-me-acuerdo-qué, que son su especialidad. Yo llevaría el pan dulce. Llegué y toqué el timbre. Nadie respondió. Toqué de nuevo y ahora sí contestó el interfón. Llegó agitada a abrirme la puerta del edificio y en lugar de invitarme a entrar, me pidió que la acompañara a la esquina.
- ¿Qué quieres, tlacoyos o tamales?, preguntó mientras cruzábamos una avenida ancha.
(Nota para los amigos y familiares del cono sur: en México, ésta es una de esas preguntas que parecen fáciles,pero que no lo son. Es como si te preguntaran si quieres ser muy rico en dólares o si prefieres serlo en euros.)
- Tamales, respondí después de meditarlo brevemente.
- Entonces sigamos a la siguiente esquina.
Seguimos caminando mientras María Elena marcaba un número en su celular.
- ¿Y los huevos que ibas a preparar?, cuestioné con un poco de timidez y otro poco de curiosidad.
- No había huevos en mi casa. No hemos ido al súper y apenas lo voy a pedir, dijo mientras le contestaban del otro lado del teléfono para dictar su lista de compras.
- ¿No prefieres ir al súper?, insistí después de que ella dictó su número de tarjeta de crédito y terminó la llamada.
- Me encantaba ir al súper, era de las tareas favoritas que hacía con Alex (su esposo)... Pero ya verás cuando tengas hijos, me dijo como si presagiara que algo malo estaba por ocurrirme.
Seguramente, cuando nazca la Juli cambiarán muchas cosas de nuestra vida. A lo mejor la visita al súper es una de ellas. Al cabo del tiempo me he dado cuenta que esta actividad se ha convertido en una rutina de pareja que nos provoca casi tanto gusto como fiaca.
Sin embargo, estoy seguro que éste no es el cambio más costoso de la paternidad. Lo más caro, sin duda, será... ¡¡¡¡el cambio de pañales!!!! Deben oler horrible... deben oler... a caca. ¡Guácala!
"La caca de los recién nacidos no huele a nada", he oído mil veces. Y yo pregunto, ¿y cuando crezca la cría, qué? ¿Y cuando huelan mal, qué? ¿Y si huelen mal desde el principio, qué?
Todo esto viene a colación porque ayer, mientras platicaba con María Elena, su pequeño hijo Lucio, un hermoso escuincle de año y medio de edad, de pronto dejó de jugar, se paró en sus dos patitas deteniéndose con sus manitas en la mesa de la compu, fijó su mirada en el horizonte y empezó a pujar. Pujó y siguió pujando. Dejó de pujar y se sonrió. Lucio había terminado de cagar.
Su madre quiso cerciorarse que en verdad había ensuciado el pañal (hasta para mi era obvio que lo había hecho) y aplicó la estrategia de acercar el olfato a la colita del individuo en cuestión. Supongo que no identificó nada porque procedió a la siguiente prueba: la del dedo (infalible en estos casos, dicen). Lo metió en la parte trasera del pañal de Lucio, como si le midiera el aceite al motor de un auto, y... el motor (y el dedo) estaba lleno, muy lleno de "aceite". ¡Guácala...!.
Estoy seguro que no soy el único al que no le gusta cambiar pañales, ni siquiera si son los de su hijo recién nacido. El mejor ejemplo lo tengo en mi queridísimo amigo Erick, que ama con locura a su pequeño Santiago, de apenas cinco meses de edad. Desde que Santi llegó a este mundo, él no ha cambiado ni un miserable pañal. ¿La razón? Véanla ustedes mismos en la cara que hace cuando sólo le sostiene las patitas a su hijo mientras Ivette, su esposa, le cambia el pañal.
Yo tampoco quiero hacerlo. Y como este embarazo se está convirtiendo en un curso intensivo de negociación, donde LOM y yo somos los únicos alumnos (y, para desgracia de los asistentes, también somos los únicos maestros), le expuse el problema a la Jose.
- No quiero cambiar pañales.
- Yo tampoco, contestó LOM tranquila.
- Pero yo no quiero hacerlo... Y no lo voy a hacer.
- ¿Qué me ofreces a cambio?, preguntó Josefina. Su mirada empezó a brillar.
Pensé en hacer una oferta muy baja, para empezar con ventaja el regateo. Eso es lo que me han enseñado todos los años que he visto cómo negocian los políticos mexicanos. Sin embargo, decidí aplicar una nueva técnica que consiste en mostrar la mejor voluntad de entregar algo valioso a cambio de recibir otra cosa igual de valiosa.
- Te doy un beso por cada pañal que cambies, dije levantando el mentón mientras hablaba.
- No, mejor págame la maestría que quiero hacer... en la universidad que yo escoja...
- ¿¡Que qué!? ¿Una maestría?
- Y yo cambio todos los pañales..., me dijo como enseñándole un hueso a un famélico canino.
Rápidamente hice las cuentas en mi mente para ver si me alcanzaba mi cada vez menos biodegradable quincena. La rapidez de que hice las cuentas no tenía nada qué ver con mi agilidad mental, sino con lo fácil que es darse cuenta que mi bolsillo no da para tanto.
De inmediato se agolparon en mi mente montones de preguntas existenciales. ¿En qué momento de la humanidad los hombres empezamos a perder el rumbo de nuestras vidas y comenzamos a cambiar pañales? ¿Cómo le hiciste, oh sabio padre, para librarte de tan jodida tarea a pesar de haber tenido una docena de hijos? ¿Adónde vamos a parar, dioses del Olimpo Suavelastic, si seguimos por este camino lleno de material biodegradable envuelto en material no biodegradable? ¿Qué carajos hicimos los prófugos del Kleen-Bebé para merecernos esto?
Ahora, sólo veo en el horizonte dos caminos por seguir. El primero es preguntarle mi amigo Erick cómo convenció a Ivette para que ella le cambiara los pañales a Santiago. El segundo es preguntarle a amiga Ivette para dónde va el dibujito que traen los pañales, hacia adelante o hacia atrás.

martes, 4 de septiembre de 2007

No hay humor (...o hay demasiados)

El jueves de la semana pasada llegué a mi casa como a eso de las seis de la tarde, cuando LOM aún no había llegado. Éste es el día que vamos a la escuela para padres, y como la clase comienza a las siete y media, me da tiempo de comer algo en la casa y ver un poco de esos horribles programas donde dicen puros chismes sobre los artistas (Yo no me los pierdo... quiero decir, ejem, a veces los veo para argumentar lo más solidamente posible mi crítica en contra de ellos y así evitar los juicios sin sustento ni elementos de prueba.)
Pues esa tarde me encontré con que LOM estaba enojada... otra vez. ¿La causa? No haberla acompañado a dormir una noche... no, eso fue el martes. Entonces fue porque no había conexión a internet... no, tampoco, eso fue la semana anterior. Esperen, creo que fue porque no habían traído la cuna... no, menos, eso fue hace tres semanas... Ah, ya me acordé, el reclamo fue que según ella, estaba pasando más tiempo escribiendo este blogg que acariciando su panza.
En realidad, podría enumerar muchos de sus enojos más recientes. (Mientras escribía este post, por ejemplo, empezó a enojarse porque no la dejé leer el primer párrafo que escribí). Aunque para ser sinceros también debo decir que por cada uno de sus enojos ha habido en ella una muestra de alegría inconmensurable. En esos momentos LOM se ríe, hace caras graciosas, baila, bromea... hasta ha llegado a reirse de mis chistes.
Entre estos extremos hay un amplio catálogo de emociones entre los que se pueden contar los momentos reflexivos (se queda ausente pensando en no se qué), los de angustia (se pone a hacer mil tareas de la casa), los de tristeza y melancolía (se pone peor que yo cada vez que veo El Gran Pez)... En resumen, diría que la Jose está tan sensible... ¡como una embarazada!
Ayer, durante la comida, hablaba (me quejaba, en realidad) de esto con los compañeros de la oficina y una chava embarazada que estaba sentada en la mesa de junto me escuchó y me dijo. "Tienes razón, a veces hasta me da pena con mi pareja mis cambios humor".
He leído en varios sitios de internet que esto se debe a los cambios hormonales de las madres en ciernes. Y que estos cambios cesan hasta varios meses después del parto. Ninguna mujer con experiencia en estas lides, a las que les he preguntado sobre este periodo, se atreve a decir cuántos meses dura esta hipersensibilidad (me temo que si no me dicen, no es porque lo ignoren, sino por solidaridad con las del mismo gremio). Sospecho que es mucho tiempo.
Esta explicación de las hormonas me deja tranquilo en lo biológico. Pero en lo emocional, me cuesta trabajo seguirle el ritmo a sus cambios, sobre todo porque hay otras facetas que disfruto mucho y de inmediato me engancho cuando la onda es de alegría y optimismo.
Pensando que era una cuestión de ignorancia o de falta de curiosidad de las futuras madres, me di a la tarea de buscar en internet recomendaciones para manejar estos cambios de ánimo. No encontré nada. Sólo describen el síntoma y la causa, pero no dicen nada del remedio. En todo caso, tampoco hay consejos para los papás que padecen estos cambios de ánimo, excepto el muy trillado lugar común: "apapacharlas, atenderlas y quererlas mucho".
Afortunadamente, LOM ya estaba como si nada hubiera pasado 10 minutos después de que me negué a enseñarle lo que llevaba del post. Por eso me animé a consultarle sobre el tema.
- Jose, ¿sabes en dónde puedo encontrar algo sobre las emociones de las embarazadas?
- Eso es un tema muy amplio, ¿qué quieres saber exactamente?, dijo tranquila.
- Algo acerca de los cambios de humor, respondí discreto.
- Sé más preciso. Empezó a ponerse seria.
- Mmmm, ¿qué hacen las embarazadas para controlar sus cambios de humor? Por ejemplo, ¿tú qué haces para controlarlos?
- Nada, ¿debería de hacerlo?, preguntó ya seca.
Ya sé que fue una impertinencia, pero insistí un poco más.
- ¿Y en los libros que has leído has encontrado algunos consejos para manejar esos cambios de humor?
- ¿Quieres que tenga uno ahora?, dijo en una mezcla de respuesta, pregunta y amenaza.
- No, no gracias. Regresé al teclado.
En la escuela de padres hemos hablado sobre los cambios de humor que ellas tienen, pero tampoco ha habido recomendaciones, ni para controlarlos (para ellas), ni para soportarlos (para nosotros).
Estoy llegando a la conclusión de que la naturaleza es tan sabia que quizá esta estapa sea parte de un entrenamiento subrepticio al padre para que éste pueda lidiar con un recién nacido. Nadie puede razonar con bebé: puede tener hambre, aunque acabe de comer. O puede hacerse del baño, aunque lo acaben de cambiar. Y puede llorar y llorar (coro: "llorar y llorar"), aunque sea la medianoche y al día siguiente uno tenga que ir a trabajar. Sólo así tiene sentido eso que párrafos arriba llamé "lugar común". Y tanto al bebé como a la madre, sólo nos queda... apapacharlos, atenderlos y quererlos mucho.
(Anoche, cuando terminé este post, la Jose estaba de lo más alegre y contenta. Eso, sin embargo, no es suficiente para asegurar que LOM no se enojará luego de leer lo que escribí. Mañana les cuento qué pasó...)

lunes, 3 de septiembre de 2007

Fumando espero...

Julieta cumple hoy 29 semanas y la panza de LOM sigue mostrando los efectos de este crecimiento. En la última visita al doctor supimos que nuestro vástago ya pesa 1.086 kilos. Ni este peso, ni el hecho de trabajar en sábado, le impidieron a la Jose aprovechar el resto del fin de semana para comprar, arreglar, limpiar, tejer, pintar, y, en general, conjugar todos los verbos posibles, con el único objetivo de tener listo lo que falta para el alumbramiento. (EOP prefiere, mientras pueda, conjugar un sólo verbo: dormir).
Este compás de espera, sin embargo, no emociona a todos por igual. Hay algunos a los que no les hace mucha gracia que mientras ellos se aburren como una ostra en un mundo lleno de adultos, haya niños nadando alegremente en albercas llenas de líquido amniótico.
Creo que eso le sucede, y por partida doble, a Santiago, el sobrino de la Jose. Por un lado, a su prima Juli aún le faltan 11 semanas para abandonar el útero de su madre e incorporarse a un país sin informe presidencial. Y por otra parte, al hermanito de Santi aún le faltan otras 24 semanitas para hacer acto de presencia. Y eso que no contamos el tiempo que necesitarán ambos críos para tener la edad suficiente para jugar con el primo mayor. ¿Sería esto lo que ayer pensaba Santi cuando le tomé esta foto? ¿O se estaría cuestionando por qué carajos siempre que va a mi casa tiene que ver la misma vieja película (La Era de Hielo 1) ?

domingo, 2 de septiembre de 2007

¿Lacan o el Dalai?

Lo prometido es deuda. Tardé mucho en escribir este post sobre la tía de Joselinda porque pensé que ella quería hacerlo. Hace dos días, sin embargo, me autorizó a mi para esta labor. Aunque no sólo dilaté por motivos diplomáticos y burocráticos. También lo hice porque me ha costado trabajo entender algunas cosas que ahora paso a explicarles.
El domingo pasado fuimos a casa de la Gena, la tía lacaniana de LOM y hermana de la Chatty, mi queridísima suegra (que conste que no estoy haciendo buena letra con ella, eh. Además, no lo necesito porque ella me quiere mucho, ¿o no suegrita?). LOT estaba muy contenta. Yo creo que porque ahí estaba su hijo Camilo, el primo zen de la Jose (la otra vez escribí zen con ese y creo que eso me costará regresar a esta vida encarnado en una goma de borrar, propiedad de un niño que hace la tarea comiendo pan con mermelada). También es posible que estuviera feliz porque era anfitriona de una parte de su familia que no deja de crecer.
En un momento de la comida, Camilo trató de explicarme el concepto que tiene el budismo acerca del tiempo. Cada cosa que me decía la entendía en el instante, pero sólo eso, "en el instante". Unos segundos después de escucharlo no era capaz de recapitular nada. Quizá eso tiene que ver con el hecho de que el tiempo en el budismo es relativo, según lo que me acuerdo de uno de esos "instantes". Ahí, no hay pasado ni futuro. Es como si todo lo que ya pasó está pasando y pasará en la historia del universo existiera sólo en este instante (No me pregunten más, ¿no les digo que no entendí nada?). Entre otras cosas, Camilo dijo algo que me llamó especialmente la atención, sobretodo por venir del hijo de una lacaniana, algo así como que no se necesita el pasado para entender el presente. "Eso contradice entonces a la psicología", dije mientras miraba a su mamá. Asintió sereno.
Desde hace siete años voy a una terapia psicológica, pero entiendo muy poco de psicología. Y de las lacanianas, conozco menos (sólo sé que sus detractores dicen que se sienten con la neta absoluta). Para mi, el rollo freudiano ha sido como subirse a un avión que uso para llegar a mi destino, pero del cual desconozco cómo funcionan sus turbinas o las leyes de la física con las que logra elevar el vuelo y luego aterrizar en una esbeltísima pista. Sin embargo, me queda claro que la principal área de investigación de los psicólogos es el pasado de sus pacientes. Y que la forma en que cada ser humano actúa en el presente representa para este gremio la evidencia de ése pasado que ellos pretenden entender con tanto anhelo.
Qué paradoja: el hijo cree que pasado, presente y futuro son la misma cosa, y la madre necesita separar el pasado del presente de sus paciente para que estos sean más felices en su futuro.
Esta historia, sin embargo, refleja uno de los aspectos más hermosos que tiene la vida: la diversidad de caminos que existen para que cada quien encuentre su felicidad. Gena y Camilo son familia y estoy seguro que se aman profundamente. Pero a pesar de esta cercanía, han elegido distintos lugares donde aprender a ser felices. Ella elige un consultorio; él, prefiere el Tibet.
Por suerte, no hay un lugar único para aprender a ser felices. Debe haber miles, millones. Quizá uno por cada persona viva y muerta (o en transición, en deferencia a los budistas). Hay gente que prefiere tomar sus lecciones en un salón más espiritual, como una iglesia o una mezquita. Otros, prefieren espacios algo más mundanos como una oficina, un gimnasio o una cantina (aquí hay muchos, me consta). ¿Cuál será el espacio que eligirá Julieta para aprender a ser feliz? ¿Cuál es el que hemos elegido cada uno de nosotros? ¿Se vale cambiar de escuela a medio curso? ¿Se vale regresar a la original? ¿Hay escuelas más efectivas que otras? Las respuestas a muchas de estas preguntas ya fueron escritas en algún libro, pero depende de uno si las quiere buscar en Los Escritos Técnicos de Freud o en La Muerte y el Renacer.
Para mi, lo más importante al momento de tomar esta (e)lección de felicidad es tener plena conciencia de que somos nosotros quienes elegimos la escuela, el salón, los libros y hasta los compañeros de clase que tendremos.
Es posible también que a lo largo de la vida acudamos a más de una de estas escuelas. Yo ahora, por ejemplo, estoy en una que me encanta. Hace casi cinco años llegó una nueva compañera. Desde entonces, juntos hacemos la tarea y estudiamos las lecciones. Ella es muy linda y, acá en corto, yo creo que hay onda entre nosostros. Hace poco nos dijeron tendremos una nueva compañera, mucho más chica que nosostros. Los alumnos más veteranos le daremos la bienvenida y la pondremos al corriente en las lecciones. Pero es probable que más adelante ella elija otra escuela, otras materias y hasta otros compañeros... Y entonces estaremos satisfechos de haber tomado clases juntos, y cuando la veamos en su nueva escuela, nos sentiremos orgullosos de haberla ayudado entonces. Y los que nos quedamos seguiremos tomando otras lecciones juntos. Y, por qué no, quizá después llegue otro nuevo compañerito al que también ayudaremos a ponerse al corriente.