- ¿Qué quieres, tlacoyos o tamales?, preguntó mientras cruzábamos una avenida ancha.
(Nota para los amigos y familiares del cono sur: en México, ésta es una de esas preguntas que parecen fáciles,pero que no lo son. Es como si te preguntaran si quieres ser muy rico en dólares o si prefieres serlo en euros.)
- Tamales, respondí después de meditarlo brevemente.
- Entonces sigamos a la siguiente esquina.
Seguimos caminando mientras María Elena marcaba un número en su celular.
- ¿Y los huevos que ibas a preparar?, cuestioné con un poco de timidez y otro poco de curiosidad.
- No había huevos en mi casa. No hemos ido al súper y apenas lo voy a pedir, dijo mientras le contestaban del otro lado del teléfono para dictar su lista de compras.
- ¿No prefieres ir al súper?, insistí después de que ella dictó su número de tarjeta de crédito y terminó la llamada.
- Me encantaba ir al súper, era de las tareas favoritas que hacía con Alex (su esposo)... Pero ya verás cuando tengas hijos, me dijo como si presagiara que algo malo estaba por ocurrirme.
Seguramente, cuando nazca la Juli cambiarán muchas cosas de nuestra vida. A lo mejor la visita al súper es una de ellas. Al cabo del tiempo me he dado cuenta que esta actividad se ha convertido en una rutina de pareja que nos provoca casi tanto gusto como fiaca.
Sin embargo, estoy seguro que éste no es el cambio más costoso de la paternidad. Lo más caro, sin duda, será... ¡¡¡¡el cambio de pañales!!!! Deben oler horrible... deben oler... a caca. ¡Guácala!
"La caca de los recién nacidos no huele a nada", he oído mil veces. Y yo pregunto, ¿y cuando crezca la cría, qué? ¿Y cuando huelan mal, qué? ¿Y si huelen mal desde el principio, qué?
Todo esto viene a colación porque ayer, mientras platicaba con María Elena, su pequeño hijo Lucio, un hermoso escuincle de año y medio de edad, de pronto dejó de jugar, se paró en sus dos patitas deteniéndose con sus manitas en la mesa de la compu, fijó su mirada en el horizonte y empezó a pujar. Pujó y siguió pujando. Dejó de pujar y se sonrió. Lucio había terminado de cagar.
Su madre quiso cerciorarse que en verdad había ensuciado el pañal (hasta para mi era obvio que lo había hecho) y aplicó la estrategia de acercar el olfato a la colita del individuo en cuestión. Supongo que no identificó nada porque procedió a la siguiente prueba: la del dedo (infalible en estos casos, dicen). Lo metió en la parte trasera del pañal de Lucio, como si le midiera el aceite al motor de un auto, y... el motor (y el dedo) estaba lleno, muy lleno de "aceite". ¡Guácala...!.
Estoy seguro que no soy el único al que no le gusta cambiar pañales, ni siquiera si son los de su hijo recién nacido. El mejor ejemplo lo tengo en mi queridísimo amigo Erick, que ama con locura a su pequeño Santiago, de apenas cinco meses de edad. Desde que Santi llegó a este mundo, él no ha cambiado ni un miserable pañal. ¿La razón? Véanla ustedes mismos en la cara que hace cuando sólo le sostiene las patitas a su hijo mientras Ivette, su esposa, le cambia el pañal.
Yo tampoco quiero hacerlo. Y como este embarazo se está convirtiendo en un curso intensivo de negociación, donde LOM y yo somos los únicos alumnos (y, para desgracia de los asistentes, también somos los únicos maestros), le expuse el problema a la Jose.
- No quiero cambiar pañales.
- Yo tampoco, contestó LOM tranquila.
- Pero yo no quiero hacerlo... Y no lo voy a hacer.
- ¿Qué me ofreces a cambio?, preguntó Josefina. Su mirada empezó a brillar.
Pensé en hacer una oferta muy baja, para empezar con ventaja el regateo. Eso es lo que me han enseñado todos los años que he visto cómo negocian los políticos mexicanos. Sin embargo, decidí aplicar una nueva técnica que consiste en mostrar la mejor voluntad de entregar algo valioso a cambio de recibir otra cosa igual de valiosa.
- Te doy un beso por cada pañal que cambies, dije levantando el mentón mientras hablaba.
- No, mejor págame la maestría que quiero hacer... en la universidad que yo escoja...
- ¿¡Que qué!? ¿Una maestría?
- Y yo cambio todos los pañales..., me dijo como enseñándole un hueso a un famélico canino.
Rápidamente hice las cuentas en mi mente para ver si me alcanzaba mi cada vez menos biodegradable quincena. La rapidez de que hice las cuentas no tenía nada qué ver con mi agilidad mental, sino con lo fácil que es darse cuenta que mi bolsillo no da para tanto.
De inmediato se agolparon en mi mente montones de preguntas existenciales. ¿En qué momento de la humanidad los hombres empezamos a perder el rumbo de nuestras vidas y comenzamos a cambiar pañales? ¿Cómo le hiciste, oh sabio padre, para librarte de tan jodida tarea a pesar de haber tenido una docena de hijos? ¿Adónde vamos a parar, dioses del Olimpo Suavelastic, si seguimos por este camino lleno de material biodegradable envuelto en material no biodegradable? ¿Qué carajos hicimos los prófugos del Kleen-Bebé para merecernos esto?
Ahora, sólo veo en el horizonte dos caminos por seguir. El primero es preguntarle mi amigo Erick cómo convenció a Ivette para que ella le cambiara los pañales a Santiago. El segundo es preguntarle a amiga Ivette para dónde va el dibujito que traen los pañales, hacia adelante o hacia atrás.
2 comentarios:
Para que te animes a cambiar al baby sin problemas, te atas en la cabeza un paliacate anticipadamente perfumado, a la altura de la nariz. (ocultas media cara)
Probablemente eso te ayude a soportar ciertos olores. Jaja
Con el tiempo puede que te acostumbres
Amigo:
Se ve práctico el consejo, pero no te imagino de Tiroloco McGraw perfumado cada vez que haya que cambiar a Juli... imagínate a la pobre ("a veces venía un asaltante parecido a papá a cambiarme el pañal"...)
La soltería con trabajo demandante, sin coche en esta ciudad, y sin equivaler pareja a "shopping assitant" (como suele suceder), te ayuda permanencer en la emancipación de Kimberly Clark, pero tampoco te da tiempo de ir al super!!
Al menos 'la otredad' tiene algo en común con quienes viven el mundo con pater/maternidad! :)!
Pareciera que es una cuestión de entrenamiento; acá va un artículo solidario con tu causa, un abrazo,
http://www.guardian.co.uk/g2/story/0,,1640038,00.html
Do real men change nappies?
Madonna says her husband Guy Ritchie balked at changing nappies because he's 'a man's man', and 'it's not a man's job'. Here we ask some well-known men's men if they've ever tackled the smelly end of parenthood. Interviews by John Crace, Rob Kitson and Alice Wignall
Friday November 11, 2005
The Guardian
Col Tim Collins
With five children of my own, I've had plenty of experience of changing nappies. Of course, there were times when I tried to get away with doing less than my fair share, but I think that's probably just human nature. Turning the bathroom into a total mess and using far too many wipes is a surefire way to make your wife think you are incompetent and that she'd be better off doing it herself. But for the most part, I was happy to be roped in. There's nothing tough or hard about not changing nappies: you're every bit as responsible for your children as your partner. It's a basic question of caring for your child. I think it's an extremely dangerous notion that ignoring your children is something to be proud of.
(...)
Donal MacIntyre
I changed my first nappy when I was 12 years old. It was just a basic part of mucking in with family life; it was expected that I would change my nieces and nephews when they came to visit and it never occurred to me I was doing anything out of the ordinary. I don't have any kids of my own as yet, but when I do, it wouldn't occur to me not to get involved with nappy-changing, in the same way as it wouldn't occur to me not to share the cooking, washing, etc. It's preposterous for a man to claim he's too hard to get involved in these things; for some reason, it's often the most independent women who let their partners get away with this old-fashioned chauvinism.
Andy McNab
It's a load of old bollocks, isn't it? Listen, I know a guy in LA who's in the Mexican mafia there. He's an armed robber, used to be a drug dealer, he's a hard man, make no mistake about it, and he changes his kids' nappies. I changed my daughter's, of course I did. I was in the army when she was a baby. I didn't see her much for the first couple of years, so when I came home, it was my turn for all that. If you make a baby, you've got to do your bit in looking after them, don't you? Besides, it can be quite good fun, all of that kind of thing. I've got this great picture of me with my daughter when she was six months old. She'd just been sick all down my shirt and I was trying to clear it up. I like to get it out and show her boyfriends.
(...)
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