Lo prometido es deuda. Tardé mucho en escribir este post sobre la tía de Joselinda porque pensé que ella quería hacerlo. Hace dos días, sin embargo, me autorizó a mi para esta labor. Aunque no sólo dilaté por motivos diplomáticos y burocráticos. También lo hice porque me ha costado trabajo entender algunas cosas que ahora paso a explicarles.
El domingo pasado fuimos a casa de la Gena, la tía lacaniana de LOM y hermana de la Chatty, mi queridísima suegra (que conste que no estoy haciendo buena letra con ella, eh. Además, no lo necesito porque ella me quiere mucho, ¿o no suegrita?). LOT estaba muy contenta. Yo creo que porque ahí estaba su hijo Camilo, el primo zen de la Jose (la otra vez escribí zen con ese y creo que eso me costará regresar a esta vida encarnado en una goma de borrar, propiedad de un niño que hace la tarea comiendo pan con mermelada). También es posible que estuviera feliz porque era anfitriona de una parte de su familia que no deja de crecer.
En un momento de la comida, Camilo trató de explicarme el concepto que tiene el budismo acerca del tiempo. Cada cosa que me decía la entendía en el instante, pero sólo eso, "en el instante". Unos segundos después de escucharlo no era capaz de recapitular nada. Quizá eso tiene que ver con el hecho de que el tiempo en el budismo es relativo, según lo que me acuerdo de uno de esos "instantes". Ahí, no hay pasado ni futuro. Es como si todo lo que ya pasó está pasando y pasará en la historia del universo existiera sólo en este instante (No me pregunten más, ¿no les digo que no entendí nada?). Entre otras cosas, Camilo dijo algo que me llamó especialmente la atención, sobretodo por venir del hijo de una lacaniana, algo así como que no se necesita el pasado para entender el presente. "Eso contradice entonces a la psicología", dije mientras miraba a su mamá. Asintió sereno.
Desde hace siete años voy a una terapia psicológica, pero entiendo muy poco de psicología. Y de las lacanianas, conozco menos (sólo sé que sus detractores dicen que se sienten con la neta absoluta). Para mi, el rollo freudiano ha sido como subirse a un avión que uso para llegar a mi destino, pero del cual desconozco cómo funcionan sus turbinas o las leyes de la física con las que logra elevar el vuelo y luego aterrizar en una esbeltísima pista. Sin embargo, me queda claro que la principal área de investigación de los psicólogos es el pasado de sus pacientes. Y que la forma en que cada ser humano actúa en el presente representa para este gremio la evidencia de ése pasado que ellos pretenden entender con tanto anhelo.
Qué paradoja: el hijo cree que pasado, presente y futuro son la misma cosa, y la madre necesita separar el pasado del presente de sus paciente para que estos sean más felices en su futuro.
Esta historia, sin embargo, refleja uno de los aspectos más hermosos que tiene la vida: la diversidad de caminos que existen para que cada quien encuentre su felicidad. Gena y Camilo son familia y estoy seguro que se aman profundamente. Pero a pesar de esta cercanía, han elegido distintos lugares donde aprender a ser felices. Ella elige un consultorio; él, prefiere el Tibet.
Por suerte, no hay un lugar único para aprender a ser felices. Debe haber miles, millones. Quizá uno por cada persona viva y muerta (o en transición, en deferencia a los budistas). Hay gente que prefiere tomar sus lecciones en un salón más espiritual, como una iglesia o una mezquita. Otros, prefieren espacios algo más mundanos como una oficina, un gimnasio o una cantina (aquí hay muchos, me consta). ¿Cuál será el espacio que eligirá Julieta para aprender a ser feliz? ¿Cuál es el que hemos elegido cada uno de nosotros? ¿Se vale cambiar de escuela a medio curso? ¿Se vale regresar a la original? ¿Hay escuelas más efectivas que otras? Las respuestas a muchas de estas preguntas ya fueron escritas en algún libro, pero depende de uno si las quiere buscar en Los Escritos Técnicos de Freud o en La Muerte y el Renacer.
Para mi, lo más importante al momento de tomar esta (e)lección de felicidad es tener plena conciencia de que somos nosotros quienes elegimos la escuela, el salón, los libros y hasta los compañeros de clase que tendremos.
Es posible también que a lo largo de la vida acudamos a más de una de estas escuelas. Yo ahora, por ejemplo, estoy en una que me encanta. Hace casi cinco años llegó una nueva compañera. Desde entonces, juntos hacemos la tarea y estudiamos las lecciones. Ella es muy linda y, acá en corto, yo creo que hay onda entre nosostros. Hace poco nos dijeron tendremos una nueva compañera, mucho más chica que nosostros. Los alumnos más veteranos le daremos la bienvenida y la pondremos al corriente en las lecciones. Pero es probable que más adelante ella elija otra escuela, otras materias y hasta otros compañeros... Y entonces estaremos satisfechos de haber tomado clases juntos, y cuando la veamos en su nueva escuela, nos sentiremos orgullosos de haberla ayudado entonces. Y los que nos quedamos seguiremos tomando otras lecciones juntos. Y, por qué no, quizá después llegue otro nuevo compañerito al que también ayudaremos a ponerse al corriente.
domingo, 2 de septiembre de 2007
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1 comentario:
me declaro su "fans". Sigan adelante con este "proyeto".
Saludos a julieta.
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