Entre todos los arreglos y adaptaciones que estamos haciendo en la casa para recibir a doña Juli, destaca que sacamos la compu de la segunda recámara. También salió el escritorio, las cajas de todos tamaños que éste contiene, las carpetas, los papeles y otras tantas chucherías. Aún falta que saquemos de ahí cuadros, muchas (muchas) revistas y que cambiemos las persianas por unas cortinas que tapen la luz y bloquen el ruido (se preguntarán qué función tiene ahora lo que cuelga en la ventana, y si encuentran la respuesta, díganmela por favor).
Deben saber que nuestro escritorio fue tallado en fina melanina ponderosa y pertenece a una serie limitada y exclusiva de Muebles Troncoso. Ahora, este fino mueble adorna "elegantemente" el comedor, espacio que, por lo demás, combina ahora tantos tipos y colores de madera que sería la envidia de la Selva Lacandona. (Amigos y familia albiceleste, recuérdenme explicarles la ironía de este párrafo.)
La nueva ubicación del escritorio implicaba también cambiar el cable del teléfono para conectar la compu a internet (qué bien dice el primo sen de la Jose, el que vive en NY, "¿Qué aquí nadie conoce el Wi-Fi?")
Esto implicaba dos tareas. Uno: zafar las tachuelitas que usó la Jose para instalar el cable cuando nos mudamos a esta casa hace dos años (sí, la Jose lo hizo, no me da pena aceptarlo y cuando terminen de leer este post entenderán por qué). Y dos: volver a pegar el cable a la pared con las mismas u otras tachuelitas, bordeando cuatro marcos de cuatro puertas, buscando que el cable quedara clavado exactamente en el vértice que forman el techo y las paredes... Fácil.
Primero traté de quitar las tachuelas originales con las manos, como si se tratara sólo de oprimir la tecla Delete. Debo reconocer que la Jose hizo un buen trabajo, las tachuelas estaban tan firmes como el primer día. Así fue como llegué a decisiones más drásticas: busqué un martillo.
Las tachuelas empezaron a separarse de la pared como quien huye de la fiebre aftosa. Cuando me di cuenta que la pintura de la pared también actuaba como si huyera del virus, supe que necesitaba tomar decisiones menos drásticas. Un desarmador hizo el equilibrio perfecto.
Bien, ahora a clavar.
Empecé muy tranquilo, tomando esto como un ejercicio de paciencia. Unos cuantos (muchos) golpes después, el asunto no tenía nada de místico. Cada tachuela que clavaba, desclavaba la anterior. Y la posterior, si es que había. Es cuestión de tiempo, me decía. Y de que encuentre un pedazo firme en la pared Una hora y doscientos agujeritos inútiles después, no había avanzado ni a la mitad del camino. Las esquinas triples, en donde se juntan dos paredes y el techo, eran las peores. "Necesitaré toda la fuerza de este embarazo", pensé con una furia similar a la de Leonidas, el espartano de la película 300.
Mientras analizaba las similitudes que había entre mi vientre y el de dicho personaje (no encontré ninguna), se acercó Josefina y me dijo una de esas cosas que sólo puede ser peor si se dice con la serenidad con la que me lo dijo: "¿Ya mediste si te va a alcanzar ese cable?".
¡Ahá!, pensé. Esta ingeniera quiere restregarme en la cara todos sus conocimientos de planeación industrial. Estaba claro que la Jose había olvidado que cuando yo apenas era un mozalbete y estaba en la secundaria, tomé a escondidas dos clases en el taller de electricidad (en donde, por cierto, circulaba la mejor colección de revistas para adultos). "Si no alcanza", respondí con la misma serenidad, "puedo unir este cable con otro, y si no alcanza, con otro, y así hasta que alcance".
Con la seguridad que me daba tener todo bajo control, procedí a medir el cable, con el orgullo herido por tan desafiante pregunta. Tomé un extremo del cable y lo fui recorriendo pegado a la pared como si estuviera acariciando el muro. La muestra de amor a la pared terminó antes de lo que hubiera deseado: el cable quedaba corto por unos cinco metros.
Ok, dije, se activa el plan B: uniré el cable con otro. "Éste es un cable del teléfono", dijo ella. "Necesitarás un conector para unirlos y eso no se va a ver bien". Claro, son cables de teléfono. Con razón no se parecen a los que ví en el taller de la secundaria, pensé.
Me di cuenta entonces que mi vientre no era como el del protagonista de 300, sino como el de Homero Simpson. Me sentía tan avergonzado como él cuando contaminó el lago de Springfield. Estuve a punto de jalar el cable para ver cómo salían volando las pocas tachuelas que con tanto trabajo había logrado clavar, pero temí que los nuevos agujeros extendieran mi aventura de martillo y tachuelas, a la del yeso y pintura.
Preferí guardar silencio y regresar a las alturas de mi departamento a desclavar cuidadosamente mi obra, dejando el orgullo y la dignidad en el sótano inexistente de mi edificio.
Ok, me dije, si el embarazo no me da habilidad manual que requiero para estas tareas, usaré lo que sí me dio: creatividad.
En las últimas semanas he escuchando que Telmex tiene la promoción de que al contratar Prodigy Infinitum te da gratis un módem inalámbrico. En ese momento, inalámbrico era una palabra llena de magia y seducción para mí.
Llamé a esa empresa y pedí el módem. Me dijeron que tenía que aumentar mi velocidad de 128 K a 1 M. Acepté, a pesar de que no suelo dar saltos tan bruscos en mi vida en aspectos tan relevantes como la tecnología (hace menos de un año me conectaba a la red con módem telefónico). Todo iba bien hasta que pregunté cuando recibiría el módem inalámbrico. "Eso es sólo para los nuevos suscriptores". ¿¡¡¡¡Qué!!!? "Si usted quiere el módem cuesta 600 pesos".
Hey, aquí el embarazado soy yo. ¿Quieren jugar rudo? Pues jugaremos rudo, pensé. "Entonces quiero dar de baja mi cuenta de Prodigy", le digo recuperando un poco de mi ya escasa dignidad. "¿Por qué?", pregunta la voz. "Porque así dejo de ser cliente de ustedes, luego me vuelvo a suscribir y así ya me dan el módem inalámbrico". Tómala barbón. Gracias Juli por haber venido.
"Lo paso a cancelaciones", escuché con tono desinteresado. Llegó otra voz a mi oído. Por enésima vez, le repetí mis datos generales (nombre; número de teléfono empezando por la clave de larga distancia; no, no soy titular de la cuenta; la titular se llama...). "¿Y por qué quiere cancelar, Sr Ortega?", me pregunta. "Porque ya no quiero ser un cliente antiguo de ustedes, sino uno nuevo", respondí honesto.
El tipo no entendía nada, así es que le expliqué todo desde el principio. (Bueno, me salté lo de Julieta, el cambio del cuarto, las tachuelitas dobladas, el cable corto y que mi esposa es ingeniera). "Yo quiero un módem inalámbrico... gratis", dije cínicamente. "Para eso no necesita cancelar el servicio. Yo se lo mando a su domicilio". Yeesssss!! Juli, we did it again, mem.
El tipo tomó mis datos (ahora la dirección, el código postal, la colonia, entre qué calle y qué calle...), y me pidió que hablara en dos días para ver si ya estaba todo listo. Pasaron 48 horas y llamé puntual. "Hablo para ver lo del aumento de mi velocidad de internet... y ver cuando me traen mi modem inalámbrico", dije. "Su nueva velocidad ya está pero no tengo registrado ningún modem inalámbrico". "Pero si me lo habían prometido...", reclamé como quien no recibió lo que esperaba de Los Reyes Magos. "Si quiere, lo comunico con quien lo atendió...". "Olvídelo". Clank!
Para ese entonces Josefina ya estaba hecha una furia porque cumplíamos dos semanas sin conexión a la red. Ok, me dije, si he de regresar al cablecito, regresaré al cablecito. Pero lo haré inmediatamente. Conecté la compu atravesando un cable por en medio del comedor. Así mi esposa tendría una conexión rápida disponible de inmediato... aunque tuviéramos que saltar el cable cada vez que pasáramos hacia la sala.
Saqué cables, los conecté, los desconecté, prendí, apagué, hice click en el icono de internet y... no funcionó. ¿Todo está bien conectado? Sí, todo está bien conectado. ¿Ya revisaste el manual? Sí, ya revisé el manual. ¿Hay luz? Sí, estás viendo la tele... El módem viejo no prendía. Ahora, ya no había módem inalámbrico ni alámbrico. Supe que tendría otra cita con Telmex.
-Señorita, mi módem no sirve.
-¿Todo está bien conectado?.
-Sí, todo está bien conectado, dije resignándome al ritual que consiste en que una operadora descarte completamente que está hablando con un tonto.
- ¿Qué sigue?, pregunté.
- Lo tenemos que cambiar.
-Cámbielo.
-Un técnico pasará mañana por su casa.
-Que sea después de las seis de la tarde porque mi esposa y yo...
-...así será. Clank.
Pasaron 48 horas y no había noticias de Telmex. La Jose me veía con desconfianza. Yo me veía con desconfianza. Llamé a la empresa para reclamar y parecía que esperaban mi llamada para reclamarme ellos a mi.
-Ya pasamos tres veces y no hay nadie en ese domicilio, escuché decir.
-¿A qué hora pasaron?
-En la mañana y al mediodía.
-Les advertí que no habría nadie en casa sino hasta después de las seis de la tarde.
-Pero le digo que yo pasé y que no había nadie...
-Pero le digo que yo le había dicho a la señorita que me atendió que no iba a haber nadie...
-Mire, me dice el técnico en tono sensato. Mejor hagamos una cita para mañana.
- Me parece muy bien. Hagamos la cita. ¿A qué hora puede venir?
- Pues eso no lo sé...
- ¿Y cómo carajos quiere que hagamos una cita si no sabe a qué hora puede venir?
- Pues es que eso depende de otras citas que tengo.
- ¿Y a qué hora tiene esas...? Olvídelo, respondí enojado.
- Que sea entre las ocho y la una.
- Ande usted, entre las ocho y la una lo espero. Adiós. Clanck doble, porque no colgué a la primera.
A las once de la mañana del día siguientellegó el técnico y cambió el cable del módem. Todo funcionaba de maravilla. Sólo faltaba pegar a la pared el cable del teléfono. Es decir, sólo faltaba solucionar lo que causó todo este problema.
Medí la distancia antes de clavar y supe entonces que necesitaba 20 metros de cable. Fui a buscarlo a Office Depot y me encontré un paquete de 25 metros. Bien. También compré varios paquetitos de tachuelas especiales para teléfono. (No sabía que existían). Gran diferencia. Los clavos entraban en la pared como cuchillo en mantequilla. En una hora estaba colgado todo el cable.
Creo que se acabo esta aventura del teléfono. Ahora sólo nos falta cambiar las persianas por las nuevas cortinas. Hace como dos semanas la Jose y yo fuimos a La Parisina. Vimos unas telas y elegimos algunas. Para hacernos el presupuesto, nos pidieron las medidas de la ventana. "Uno setenta por dos diez", dije. La Jose se sorprendió de mi pronta respuesta y porque la dí sin haber medido el área. Seguramente olvidó que dos veces he estado en una clase de corte y confeccción, y por eso sé que no se necesitan las medidas exactas para hacer una simple cortina...
Todo cabe en un jarrito... Eso dice el refrán, pero me temo que muy pronto, aunque nos acomodemos bien, ya no vamos a caber aquí.
Antes:
Después:
Antes:
Después
1 comentario:
je je je, qué encuesta tan ladinita, Mr Ortega...
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