
Primero, fue como una prueba de resistencia donde había que subir tres pisos con obstáculos. Había que subir sillas del
garage a la casa; veinte, para ser más exactos o cinco viajes de cuatro sillas. Y una vuelta más para la mesa plegable, el mantel y las fundas (¡Sí!, mi mamá presta sus sillas con todo y fundas de
moñito rosa... y quedan como de salón
nice en tarde de coctel). Luego, fue como una carrera de 100 metros planos con un garrafón de 20 litros comprado en el
Oxxo de la esquina. Después, el
triatlón: compra de seis pollos
rostizados, tres
baguettes, y
vasitos de salsa y chiles en escabeche. Cuando parecía que mis Olimpiadas personales habían terminado,
nanáis, ahí aparece una prueba no superada. Ni siquiera competida. Clavado en la pastelería más llena de la colonia
Narvarte para comprar la gelatina que daríamos de postre. Resultado de la prueba, todo listo a las 13:55 horas.
Uff!!! Cinco minutos antes de la hora estimada. Y a partir de ahí, a celebrar la llegada de
Julieta. La familia (suena como película de El Padrino) decidió llamarlo
baby-
shower, pero a estas alturas de la vida qué importa el nombre de la reunión. Vinieron todos, los previstos, empezando por
LOAM (ambos dos),
LOT con sus respectivas familias (Eduardo, Mónica, Patricia,
Lupe, Teresa y
Lourdes. Faltó
Beto, que estaba trabajando, pero tuvo dignos representantes). les puedo decir orgulloso que había
quorum hasta
para una asamblea, pues estábamos siete hermanos de 12.
Julieta estuvo
refestejada y
reregalada. Muy
apapachada, como se merece, faltaba más. Aunque no era el objetivo (se los juro) todos, todos se mocharon. Bien y bonito, debo decir y agradecer. Hubo de todo, desde
aretitos hasta mamilas, jabones,
toallitas,
ropita y... ¡¡¡su primera muñeca!!! Yo terminé muerto, pero feliz. Ayer corroboré lo que ya presentía:
Julieta es una gran razón para hacer fiesta. Así es que saquen los
gorritos, los silbatos y los
espantasuegras, porque de aquí a que nazca, no paramos...
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