miércoles, 31 de octubre de 2007

Segundas nupcias

En estos últimos ocho meses me han pasado por la cabeza miles de pensamientos. Muchos de ellos han sido inéditos. Otros han sido cursis hasta decir basta. A pesar de los azotes y de la sobredósis de reflexión, confieso que no recuerdo otra etapa de mi vida donde haya sido más feliz que ésta. El éxtasis es constante. Podría decirse que desde hace varios meses vivo en superlativo, aunque esto también aplique a las intensas angustias que he sufrido, a la extensa variedad de miedos que últimamente me han habitado y una que otra bronca con LOM.
Por distorsión profesional y algo de gusto personal, mi primera opción de comunicar requiere un abecedario. Desde que en agosto pasado empecé a escribir en este blog he tratado de registrar en cada texto algunas de estas sensaciones. Temo que el talento no siempre me alcanza para elegir las palabras y construir las frases que mejor describan lo que estoy viviendo. Por fortuna, soy consiente de mis límites, así es que no dudo en buscar otras formas de expresión. Siendo honesto, en muchas ocasiones el plan B me ha funcionado mejor que el original y he encontrado en muchas fotos de Josefina y de su panza la armonía que antes busqué sin éxito en un teclado.
Siento que estos post son los últimos que escribiré en este blog y me carcome una nostalgia injusta por anticipada. Seguro que lo haré en otros lugares y trataré temas de Julieta, de la Jose, de mi mismo o de cualquier cosa. Pero serán otras circunstancias.
También tengo la sensación de que hay aún muchas cosas de la prepaterniadad que aún no he registrado y que me queda poco tiempo para hacerlo. Ya veré si salen a tiempo y de qué forma. Mientras tanto, les quiero compartir algo que hace unos días me pasó por la cabeza.
Durante una comida en la oficina, una compañera preguntó al aire que qué era más intenso emocionalmente, un novio en el escalón de un altar o un padre en la sala de parto. La respuesta fue fácil y unánime: la llegada del vástago. "De una esposa te puedes separar", dije. "Pero de un hijo, nunca".
Lo que no me había puesto a pensar era en el vínculo, tan duradero como la paternidad, que se hace con la pareja con quien se tiene al hijo. Es verdad que la unión de dos adultos se puede romper en cualquier momento, aunque haya habido matrimonio por las cuatro leyes. Pero si hay un hijo de por medio, esa expareja siempre será la madre o el padre de tu retoño. Así es que, de alguna manera, la pater/maternidad implica la doble elección de tenerlo y de con quién tenerlo.
Así me di cuenta que hace ocho meses elegí, otra vez, a Josefina. Y que Josefina me volvió a elegir a mi. Sólo que ahora fue sin rituales. No hubo invitados ni testigos. Tampoco asistimos a pláticas prematrimoniales o gestionamos trámites burocráticos. Y en lugar de ponerse un vestido blanco ella y un esmoquin negro yo, esta vez cada quien usó su ropa más cómoda: nuestra propia piel.
Después de las cosas que me han contado de los segundos matrimonios, debo admitir que hasta ahora en el mio no me ha ido nada mal. Y no sólo eso, sino que así hasta dan ganas de casarse una, y otra, y otra, y otra vez. El único destalle que aún no logro resolver es que a partir de ahora, cada vez que la Jose y yo nos casemos de nuevo vamos a necesitar una nueva recámara. En todo caso, ya vamos de gane si consideramos que la primera vez que nos casamos necesitamos un departamento completo.
Por cierto, ¿alguien sabe de alguna casa que esté en renta, a buen precio y con muchas, muchas habitaciones?

1 comentario:

Claudia dijo...

Como dirían en mi pueblo, eso de la casa - that sounds promising! (deseo de prole!)
Éste es el más lindo que has escrito. Por eso las pensadoras desde la barrera (sigo representando a mi gremio) pensamos que pensar vale la pena (es decir, acercarse a desear, a considerar elegir a alguien, te cases o no - la elección de afirmar la vida así, vale tocar ese deseo)
Un abrazo
ps si resulta mafaldescamente encriptado, luego te cuento